Hace un tiempo leí The Non-Diet Approach Guidebook for Dietitians, de la fantástica Fiona Willer. Para trabajar la confianza en las señales corporales de hambre y saciedad con sus pacientes, ella sugiere un ejemplo: comparar el hambre con las ganas de hacer pipí.

“Cuando te dan ganas, no lo piensas ¿cierto? Solo vas al baño y listo. Confías en que tu cuerpo necesita vaciar la vejiga si sientes ganas. Pues igual… si sientes hambre, puedes confiar en que tu cuerpo necesita comer algo.”

Listo. Lo leí y me gustó su ejemplo. Sencillo. “Cualquiera lo entiende” pensé.

Empecé a usar el ejemplo. ¡Oh sorpresa! La primera paciente a la que se lo dije no me entendió. Pensé que era un caso extremo. Siguiente paciente, tampoco.

Nadie me entendía. ¡Ninguna de mis pacientes estaba haciendo pipí cuando le daban ganas!

¿Cóoomo? ¿De qué hablas Lupita?

Exacto. ¿De qué hablas? Empecé a preguntar más…

Resulta que el ejemplo no me estaba sirviendo porque hacer pipí es complicado para las mujeres… (¡como tantas otras cosas!) Resulta que a ninguna le gusta hacer pipí en baños públicos. A ninguna le gusta interrumpir lo que está haciendo para ir al baño. A ninguna le gusta que la gente se de cuenta de que tienen que ir al baño. Ninguna quiere que los demás piensen que hace pipí demasiado seguido. Es una necesidad fisiológica que da pena, que escondemos y que, además, da asco.

¿Por qué al entrar a un baño inmediatamente pensamos que se nos pegó toda la suciedad del lugar? No tengo idea.

Y aunque te estés riendo, estoy segura que tú sabes perfectamente de qué estoy hablando… recuerda qué piensas cuando tienes que ir al baño en una gasolinera. Aunque no toques nada, aunque te laves las manos y te pongas gel antibacterial 3 veces, seguro te da asco.

Auto-ventaneo: Yo buscaba en la universidad los baños más lejanos y me daba muchísima pena que se oyera cualquier ruido. ¡Qué pena que las mujeres junto a mí (¡también haciendo pipí!) oigan mi chorro!

Ahora que lo pienso me muero de la risa. Y me da más risa cuando observo la libertad y relajación con la que mi hija va al baño con la puerta abierta y después nos invita a observar el resultado. ¿Tú crees que a ella le importa el sonido? ¿El olor? ¿El hecho? Nada. Es tan normal como ponerse calcetines.

¿Y qué pasa si mi paciente se aguanta las ganas de hacer pipí? “Le puede dar una infección de vías urinarias” estás pensando. Sí, pero eso no me preocupa tanto.

Lo que me preocupa más es la importancia que le da a sus necesidades.

(En este post hablo de las biológicas, pero te imaginarás que esto se repite en otras áreas de su vida.)

Al empezar a preguntar me fui dando cuenta que mis pacientes no hacían pipí, ni comían, ni dormían cuando lo necesitaban; tampoco dejaban de comer o de mandar mails cuando ya era suficiente…

Y esto es muy fuerte. Porque, como diría Shauna Shapiro, lo que practicamos se vuelve fuerte.

Y todxs tenemos varias oportunidades para hacer pipí (o no) al día.

¿Qué tanto caso le haces tú a tus señales corporales?