Cada vez que le doy de comer a Tomás, mi gato, insiste en que lo acaricie y me quede con él mientras que come. Si estoy haciendo algo más (como checar correos) se pone inquieto, se me acerca y me unta su cachete y espalda contra la pierna, exigiendo mi atención. Si me alejo para ir a hacer algo más, me sigue y maúlla sin parar hasta que lo acompaño de regreso a su plato y paso un rato con él mientras que come – esto involucra que le hable bonito, lo acaricie y lo vea comer. Si le doy de comer de prisa (por ejemplo, de salida al consultorio) se rehúsa a comer.

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Hace un tiempo y, debo admitir, motivada por algo de frustración por su conducta, busqué las posibles razones de esto en Google. Resulta que es algo común – a muchos gatos les gusta ser acariciados o rascados mientras comen. Con respecto a las razones, encontré múltiples explicaciones: las madres acarician y bañan a sus gatitos como señal de que están listas para amamantarlos; los gatos aman la atención; muchos gatos son “comedores de afecto” o “comedores de atención”. Esta última razón se me quedó. Amo el término, especialmente porque creo que aplica también a los humanos.

Pienso que la principal diferencia entre los gatos que son “comedores de afecto” y nosotros es que, mientras que ellos se rehúsan a comer si la comida no es acompañada de una presencia amorosa, nosotros con mucha frecuencia sustituimos el afecto con comida, creyendo que la comida en general o alimentos específicos llenarán el vacío, la soledad, la necesidad de afecto.

Creo que Tomás tiene razón. Se rehúsa a ser alimentado con prisas o sin un poquito de cuidado amoroso. He aprendido mucho de él, y estoy intentando alimentarme de la misma manera. Al prepararme mis comidas con atención plenas, poner mi lugar en la mesa y regalarme una presencia atenta, amorosa, compasiva al comer, soy capaz de disfrutar mucho más la comida y de nutrir mi hambre de afecto.

¿Y tú? ¿Eres un(a) comedor(a) de afecto? ¿Cómo te nutres?