por Lilia Graue

Con gran frecuencia escucho: “Soy adicta(o) a… (llena el espacio con azúcar/pan/pasta, etc.). Definitivamente si empiezo no puedo parar.”

Si te identificas con este escenario, muy probablemente ya intentaste eliminar ciertos alimentos por completo. Es posible que hayas participado en grupos de comedores compulsivos, en donde se reforzó la idea de tu adicción y se te dijo que la única forma de controlarlo es nunca más probar (o exponerte a) tus alimentos “gatillo”. Casi apostaría que estás familiarizada(o) con un ciclo en el que durante cierto tiempo logras evitar estos alimentos, y en un momento de vulnerabilidad los consumes y te sientes fuera de control. Quizá tengas un atracón, lo que refuerza la idea de “no se puede confiar en mí en presencia de este alimento” y el ciclo vuelve a comenzar.

En nuestro contexto social actual, es muy común escuchar continuamente: “El azúcar es igual de adictiva que la cocaína”, “La grasa es adictiva”, “Los carbohidratos refinados son adictivos”, “La sal combinada con cualquiera de los anteriores es adictiva”.

Pero quienes promovemos alimentación consciente nos resistimos a tratar a los alimentos de la misma forma que las sustancias adictivas. No necesitamos las sustancias adictivas para vivir, mientras que no se puede decir lo mismo de la comida. Los alimentos que entran en la categoría de “adictivos”/”prohibidos” con frecuencia son los que socialmente usamos para celebrar, o los que más gozo nos dan. Estos alimentos se hacen presentes múltiples veces a lo largo del día, y quizá si te sientes adicta(o) a estos alimentos hay muchos escenarios que se vuelven extremadamente difíciles: comer fuera, ir a reuniones, participar en celebraciones con otras personas. Y esto puede conducir a aislamiento social. Por otra parte, desde la teoría de la “adicción” a ciertos alimentos, se postula que los alimentos altamente apetitosos (ricos en azúcar, grasa y sal) son inherentemente “malos” para la salud y sabemos que esto no es cierto; nuestros patrones alimentarios y nuestros estados emocionales en torno a la comida tienen un impacto mucho mayor en nuestra salud que los alimentos individuales. Y el etiquetar alimentos como “malos” o “prohibidos” únicamente refuerza el miedo, un muy pobre motivador para el cambio sustentable en salud.

Si lees la evidencia científica detrás de la hipótesis de la adicción a la comida, encontrarás que el consumo de alimentos apetitosos, al igual que el consumo de sustancias adictivas, “prende” las vías neuronales de placer. Lo que quizá no sabes es que son las mismas vías que se prenden cuando recibimos abrazos de personas a quienes amamos, pasamos tiempo con nuestras mascotas y escuchamos música. Y muy probablemente no te sientes adicta(o) a los abrazos, a la música o a tus mascotas. Simplemente sabes que son fuentes de gozo en tu vida.

Continuando con la evidencia científica, se ha reportado también que el “encendido” de las vías de placer en respuesta a alimentos altamente apetitosos es más intenso en personas con cuerpos de mayor tamaño, quienes parecen tener menos receptores en las zonas del cerebro involucradas en señalar el placer, de manera que necesitan comer más para obtener el mismo nivel de placer que personas (habitualmente más delgadas) con más receptores. Pero existe un elemento faltante en la investigación de adicción a la comida. No da cuenta de los efectos de la restricción calórica o de la limitación de ciertos alimentos. Quizá te preguntes, ¿qué quiere decir esto? Significa que vemos una respuesta exacerbada en la región de recompensa del cerebro cuando no hemos estado comiendo lo suficiente (p.ej. haciendo dieta) o cuando durante mucho tiempo nos hemos prohibido alimentos que nos encantan por pensar que “engordan”. Esto ocurre en respuesta a ver imágenes de comida, pensar en comida y consumir comida. Y resulta que la mayoría de las personas que sienten que son adictas a la comida tienen una historia increíblemente complicada de restricción y otras conductas alimentarias de riesgo. Tiene sentido que su respuesta sea hiperactiva cuando “ceden” y consumen un alimento prohibido… y después se sientan fuera de control al comer. Adicionalmente, los estudios disponibles claramente muestran que restringir la alimentación con la intención de perder peso y el simple hecho de preocuparse porque la comida engorde hacen que las personas ganen peso y disminuya el número y sensibilidad de estos receptores.

Así que quizá lo que estamos viendo en los estudios de imagen cerebral sea una respuesta NATURAL a la comida en un estado de hambruna, y no un indicador de adicción en absoluto. Sobra decir que la investigación en torno a la adicción a la comida es un campo nuevo, y hay muchas preguntas sin responder todavía. Pero la evidencia actual sí parece apuntar hacia otra solución que podría prevenir aumento de peso innecesario, disminuir la obsesión con la comida y disminuir la sobreingesta compulsiva… ¡DEJAR DE HACER DIETA!

Si me presentaras a una persona definida como adicta a la comida que nunca haya hecho dieta, que nunca se haya sentido mal acerca de su peso o su apariencia, que nunca haya estado expuesta a nuestra cultura de miedo a la comida, y que nunca se haya sentido observada, juzgada, discriminada o estigmatizada como efecto de su peso, quizá entonces yo comenzaría a creer en el constructo de la adicción a la comida, en el que la comida es el problema.  Pero creo que estamos haciendo las preguntas equivocadas. Con base en todo lo que sé acerca de las dietas, la restricción alimentaria y la desinhibición (comer en exceso al final de una fase de restricción), es más probable que las tendencias alimentarias que han sido descritas como “adicción” sean el resultado de la restricción alimentaria, el estigma relacionado con el peso y una cultura que fomenta el miedo a ciertos alimentos que de una dependencia química.

La evidencia son las muchas personas que se han liberado de este sentimiento de adicción a la comida a través del proceso de sanar su relación con la comida y con su cuerpo, por medio de prácticas como atención plena, alimentación intuitiva y movimiento gozoso. Estas personas pueden incluir todos los alimentos sin sentirse gobernadas por ellos.

En mi experiencia, una vez que nos damos permiso incondicional de comer lo que sea que verdaderamente nos apetezca y aprendemos a nutrirnos genuinamente en el sentido amplio de la palabra, el poder que ciertos alimentos tienen sobre nosotras(os) se atenúa o desaparece. Una vez que comenzamos a cultivar equilibrio, nos ponemos curiosas(os) acerca de cómo nos afectan los distintos alimentos, en vez de prejuzgar como nos harán sentir cuando los comamos y cambiamos de foco para concentrarnos en lo que es importante para nosotras(os) más allá del peso, descubrimos que la comida ya no tiene el mismo poder que pensábamos.

¿Te sientes adicta(o) a la comida? ¿Quieres ayuda?

Si sientes que es momento de liberarte de este sentimiento de adicción a la comida, te propongo acercarte a la “adicción” a la comida ampliando tu espacio de curiosidad, conciencia y libertad, y no exacerbando la privación.

Quizá estés lista(o) para tener sesiones individuales conmigo. Contáctame en liliagraue@mindfuleatingmexico.com.

Si quieres recibir los «5 pasos para superar la adicción a la comida» y «La verdad acerca de la adicción al azúcar y qué puedes hacer al respecto», un par de documentos sumamente útiles de mis amigas y colegas de Green Mountain at Fox Run, con quienes he colaborado para que esta información esté disponible en español, escríbeme a info@mindfuleatingmexico.com.

Y, si tienes ganas de leer más al respecto, aquí puedes encontrar una lista de enlaces y referencias.

Agradezco a Marsha Hudnall, Marci Evans y Glenys Oyston por el contenido de su autoría incluido en este blog.